domingo, 17 de febrero de 2013

El lápiz de puntillas

Joaquín Martínez Miramontes

Había una vez un lápiz de puntillas que vivía feliz en soledad. Disfrutaba ir al cine sólo y elegir la película que a él le gustaba; no tenía que ser condescendiente con nadie. No había hora de llegar a casa y siempre estaba disponible para sus amigos. Era feliz con él mismo y no le hacía falta nadie a su lado.

El lápiz de puntillas disfrutaba de su oficio de costurero. Era un trabajo agradable, sólo se dedicaba a coser y coser durante ocho o hasta doce horas al día, siempre tenía bastante trabajo, lo que le gustaba era que en cuanto tocaba el timbre de aquella fábrica, era completamente libre y todo su cansancio desaparecía.

Un día, llegó una hermosa pluma de tinta rosa y le encantó. Le pareció maravilloso su gran afán de soñar con pintar el mundo con su tinta color de rosa. La pluma de tinta rosa, entró al mundo del lápiz de puntillas y lo trasformó. Aquel lápiz de puntillas se vistió con estuches de color rosa. La casa del lápiz se fue llenando poco a poco con objetos rosados. Era tan chillante aquel color que sus amigos del lápiz de puntillas comenzaron a evitarlo, a él no le importó, pues los lentes color rosa que traía puestos todo el tiempo, evitaban mirar la realidad del color de las cosas.

Aquella pluma de tinta rosa, le contaba sus secretos, que no eran tan rosas, el lápiz de puntilla parecía con ello amarla cada día más. Una tarde la pluma de tinta rosa le contó que de un costado se había empezado a pelar su pintura y su hermana pluma de tinta negra que era doctora, le había dicho, que esa mancha avanzaría por todo su cuerpo, ella lloraba inconsolable y le preguntaba al lápiz de puntillas:

—¿Aún así me vas a querer?

—Por toda la eternidad —contestaba el lápiz, mientras la abrazaba y con besos rosas secaba sus lágrimas.

En otra ocasión, la pluma de tinta rosa se dió cuenta que el resorte por el cual su punta era retráctil estaba casi roto, su hermana pluma de tinta negra, la sentenció, a que pronto sería una parapléjica, la cual, sin más remedio seria desechada. Ella se lo contó al lápiz de puntillas. Él suspiro hondamente y dijo:

—Te voy a seguir queriendo por toda la eternidad.

Por toda la eternidad… frase que había aprendido del libro de Jorge y Gloria de Juan Rulfo, que una tarde felices el lápiz de puntillas y la pluma de tinta rosa habían leído juntos. La promesa no sólo era por la eternidad, sino que iba más allá. Por toda la eternidad.

El lápiz de puntillas, se enajenó tanto en el mundo color rosa que su amada se empeñó en pintar, que temiendo que algo empañara su felicidad fue a ver el doctor para que le revisara cuántas puntillas le quedaban de vida, el doctor le dijo:

—Sólo te quedan dos, —dijo, mientras se rascaba la cabeza y continuó— pero no te preocupes, sólo tienes que buscar repuestos y seguirás con tu vida.

El lápiz, no dudo en comentarle a su amada pluma de tinta rosa su situación. Reuniendo fuerzas de las únicas dos puntillas que le quedaban dijo muy triste:

—Nuestro mundo se empaña, mi dueño me ha dicho que sólo me quedan dos puntillas de vida.

La pluma de tinta rosa, se quitó los lentes y el lápiz pudo ver por fin el color de aquellos ojos. No… no eran rosas como él lo creyó todo el tiempo. Los vio llenarse de lágrimas del color de la desilusión, de haber perdido el tiempo con alguien que tiene tan pocas puntillas. Se cubrió sus ojos con las gafas color rosa, dio media vuelta y se fue por el mundo pintando con su tinta color rosa.